Tanto la digitalidad como la cultura digital producen fronteras y dinámicas de exclusión de manera directamente proporcional a su crecimiento y expansión. Una paradoja puesta en discusión que recientemente se inicia.
Extracto del Artículo de la Revista digital “TELOS” (Fundación Telefónica-España) donde se reflexiona acerca del esfuerzo que exige la sociedad del conocimiento para evitar un nuevo analfabetismo.
Al enunciar la existencia y establecimiento de fronteras en la digitalidad y en la cultura digital, se revela una paradoja fundamental. Y es que la tan popular y profética afirmación hecha por Marshall McLuhan, acerca de la aldea global que habitaríamos, nos hizo pensar durante décadas que, el advenimiento de las tecnologías de la información y del conocimiento digital acelerarían ese proceso y nos permitirían vivir de primera mano el panorama planteado por el comunicólogo en sus obras publicadas entre 1962 y 1964.
Sin embargo, si la tendencia histórica de la humanidad se inclina hacia la alteridad, según la cual establecemos cánones basados en la diferencia y definimos al otro por lo que no es con base en nosotros, ¿por qué tendría que ser diferente la cuestión en el mundo digital?
Estas breves líneas plantean algunas de las maneras en las que la digitalidad y la cultura digital operan de manera fronteriza estableciendo límites, algunos evidentes y otros que requieren de cierta mirada crítica para ser visibilizados, investigados y aprehendidos.
Las fronteras son espacios físicos absolutos, dibujables, pero también pueden referirse a espacios imaginarios que son resultado de construcciones sociales y culturales. Si bien es cierto que, una de las cuestiones más atractivas del ciberespacio es que no existe en él una jurisdicción geolocalizada, existen dinámicas fronterizas de la digitalidad que podrían considerarse básicas y que tienen que ver con taxonomías que refieren a la humanidad dividida entre nativos y analfabetos digitales.
Ni el ciberespacio, ni la vida cotidiana atada al uso de tecnologías digitales, están libres de la incidencia y de las tendencias que la humanidad fabrica y replica en estos ámbitos virtuales.
El analfabetismo digital ocupó una de las preocupaciones principales de países y naciones que procuraron emprender planes para conectarnos a todos, siendo muchas veces el punto de llegada, la adjudicación de dispositivos que permitiesen el acceso a Internet, en particular con fines educativos. Así, la primera década del siglo XXI, estuvo plagada de eslóganes del tipo “Una computadora para cada niño”, que reverberaron hasta instalar programas medianamente globales de asistencia, y que pusieron su esfuerzo en particular en los países denominados “en desarrollo”.
Pasaron décadas sin que quizá, en una mirada generalizada, comprendiéramos que el acceso a la información no garantiza la construcción de conocimiento y que, junto con esta posibilidad de estar ligados a la web, por lo menos en lo que se refiere a echar un vistazo mediante los dispositivos y medios que ahora lo hacen posible quizá de manera más ecuánime, tendría que ir de la mano con otro tipo de factores que tienen que ver con condiciones de vida dignas y el acceso a otros servicios básicos: agua y electricidad, en particular.
La gran mayoría de nosotros hoy día, estamos obligados a ser usuarios de la vida digital: bancos, diarios, sistemas de regulación fiscal, sistemas educativos y muchos otros nos impusieron la abrumadora creciente necesidad de estar conectados para operar dentro de “la Red”. Sin embargo, esto no significa un aporte fundamental a la cultura digital. Estas plataformas siguen contando con que somos usuarios y no les interesa, porque tampoco se encuentra dentro de su rango, incentivar ciudadanos que sean potenciales generadores y curadores de contenidos. Lo cual lleva al conteo de personas conectadas, maniobra que, probablemente, asegura el éxito de políticas públicas en torno a la conectividad. Dichas interacciones, resultan configurarse más hacia un cierto “régimen digital” que hacia una participación activa, consciente y cultural.
Conclusión
Es inevitable el establecimiento de dinámicas fronterizas en la digitalidad. Ni el ciberespacio, ni la vida cotidiana atada al uso de tecnologías digitales, están libres de la incidencia y las tendencias que la humanidad fabrica y replica en estos ámbitos virtuales. La inexistencia de un espacio físico, no impide que se tracen fronteras. Al contrario, asegura la extensión de dinámicas coloniales, prejuicios y alteridades que siguen definiendo el curso de la humanidad, incluso dentro de esta modernidad global abrumadora.
Fuente: Johanna C. Ángel Reyes, Revista digital “TELOS” (Fundación Telefónica-España)
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