Gran parte de la educación transcurre hoy al margen de la escuela, muy lejos de lo que se tiene por un espacio hostil, castrador y tedioso. Las redes, Internet, han potenciado ese divorcio.
Extracto del Artículo de la Revista digital “TELOS” Nº114 (Fundación Telefónica-España) donde se recogen algunas conclusiones acerca de cómo son nuestros estudiantes en el siglo XXI: críticos, autónomos, prolíficos, conectados y en contacto con la naturaleza.
Ni uno solo de nuestros alumnos posee capacidades o talentos inferiores al resto. Todos saben que son inteligentes, aunque la escuela se empeñe en desanimarlos, en decepcionarlos, en expulsarlos. Así que recurren, para saciar su hambre de aprender, a la pesquisa personal, al tejido de una red de relaciones entre pares en la que se garantice el apoyo y el respaldo mutuos.
Es sencillo pensar en una “universidad de todos los saberes” en la que el libre intercambio de conocimientos sea la norma, en la que la Red ponga en contacto a aquellos que deseen saciar su hambre de conocimiento sin necesidad de recurrir a instancias académicas tradicionales, en la que cada cual persiga su interés a su ritmo, en la que la educación sea un antónimo de escolarización.
Y la crisis causada por la COVID-19 no ha hecho sino agrandar esta fractura y revelar lo vetusto que resulta un currículum cerrado, impartido a golpes de horario común, indiferenciado, con alumnos recluidos en espacios aislados de su entorno, alumnos doblemente segregados por sus carencias heredadas, alumnos que, sobre todo, siguen percibiéndose como almacenes que rellenar, como cabezas que atiborrar o como cuentas que colmar. La reinvención del sistema educativo deberá pasar por tomarse en serio el perfil y las necesidades del alumno del siglo XXI, por propiciar su autonomía, por apreciar sus ritmos de aprendizaje diferenciados, por alentar sus intereses personales, por incitar su creatividad, por promover la evaluación crítica de cualquier información y postulado, por construir redes de ayuda y colaboración mutuas, por ayudarles a acrecentar el apetito de aprender (a aprender), por promover otros valores alejados del mero consumo, la velocidad, el productivismo y el individualismo ególatra y, también, como quería Giner de los Ríos y Manuel Bartolomé Cossío, por apreciar la naturaleza por encima de todas las cosas, por entender la indisociabilidad del ser humano y su entorno, por comprender que el conocimiento se construye en contacto directo con el medio, una sensibilidad que es hoy categóricamente necesaria.
Necesitamos mentes abiertas, conectadas, creadoras, compasivas, discernidoras, capaces de escribir el guión de sus propias vidas.
Fuente: Joaquín Rodríguez y Juárez Casanova, Revista digital “TELOS” Nº114 (Fundación Telefónica-España)
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